miércoles, 26 de agosto de 2009

Se dejaba llevar.

Solo me he enamorado dos veces en la vida. Realmente las dos veces tuvieron muchas cosas en común en lo superficial pero poco internamente. Supongo que algo aprendí de la primera y supe aplicarlo en la segunda.

Recuerdo como si fuese hoy la primera vez que me enamoré. Era el año 2005 y con apenas 18 años, había empezado a hacer una vida de chico joven, con una carrera que me gustaba y un ritmo nocturno acelerado. Recuerdo la primera vez que le ví y escuché su nombre en la barra de aquel bar. Desde el primer momento me enamoré de sus ojos verdes. Me acuerdo de sus zapatos negros de esa noche, sus vaqueros desgastados y su camisa verde lima. Ese fue solo el primer encuentro de un amor que jamás fue correspondido.

Nunca volví a sentir esa pasión desenfrenada que viví por entonces, ese carrusel de sensaciones que me hacía sentir de bien a mal en cuestión de segundos. Esa intensidad de sentimientos, necesidad de sentirle y de abrazarle cada noche antes de dormir. Por entonces, con poco me conformaba, me valía una sonrisa o un abrazo para continuar adelante. Oía atentamente sus historias que siempre tengo presentes, hacíamos mil planes, viajábamos juntos...

Siento cercano cada segundo de la noche que todo se rompió por casualidades encontradas. No se rompió como se rompe el cristal más fino y elegante; se rompío con una pared llena de cal, poco a poco, desgastándose con excusas, abriéndose rajas que no había forma de volver a juntar. Y si algo siento, es que con el tiempo, solo he sido capaz de quedarme con los últimos momentos, con las lágrimas y la desorientación del que pierde una brújula que le permite seguir hacia delante. La confusión del que ha estado ciego mucho tiempo y ahora tiene ante él un mundo que le asusta y le inquieta a partes iguales.

No sé si afortunada o desfortunadamente, aun sigo sabiendo de esos ojos verdes. Nunca tuve las respuestas sobre el final. Sinceramente, nunca las tuve ni las quise tener. Sabía de sobra que todo aquello terminaba porque todo necesita acabar. Había llegado la caducidad de todo aquello. Y eso es el progreso, eso es la evolución. Y con eso, debería haberme sabido quedar.



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